25.6.13



De la mecánica de los cuerpos / erotismo y poesía (I)





Pablo Picasso Desnudo peinándose, 1952. Óleo, 150,5 x 119,4 cm Colección particular © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid 2010.












por lo que expresaría su indecibilidad en cada signo memorable repetible como besarle en el cuello donde late aceleradamente la carótida o donde  el lóbulo de la oreja desaparece humedecido o en los párpados perfumados      cuando ella cerraba los ojos para no verle partir se repetirían sin fecha previsible roces signos de la piel    Besaría su boca cerrada sus labios enmudecidos     Por saber hamar y guardar el sabor de la plenitud en un instante perdurable      Así el honor a la libertad le diera su mejor tú     No una fuerza ni un territorio inexpugnable apenas una vocal dibujada con la mínima saliva donde ambos acordaran la sal y el frescor de lo intransferible
¿sabéis de otro pacto mejor?

Víktor Gómez

Desórdenes
Un juego por debajo de la vida. Las cosas aparecen. Este rumor que hemos sentido cuerpo. Lo que ha empujado con fragilidad. Cada paso  que arrastra, de nosotros, entre los laberintos y la puerta. La tiranía impaciente, abrimos la distancia y lo precipitado: la lengua –balbuceos, incómodo lenguaje- Náufraga del idioma, todo es distancia aquí.  Son pequeños los ruidos que hacen la realidad. Atravesada y lenta, indefinida, tan rota para el nudo como un golpe voraz. La boca aguarda solo lugares impacientes.

Ana Gorría, de La soledad de las formas



Te arrodillas, lo capturas,
bajas, subes, miras, bajas,
no cedes, no te relajas,
lo acometes, te saturas,
lames alto y bajo, apuras
el tallo y mascas la flor,
chupas, muerdes sin dolor,
y logras que estalle, tragas,
y es gloria que todo lo hagas
con ese aire de candor.

Eduardo Moga, de Décimas de fiebre (inédito)




en

y al fin hemos venido a parar a mi sexo
a esta raíz de los adverbios
tú crees estar aquí y yo
adivinar tus inicios en
ti
bastaría con entregarse
a la desposesión de los espejos
sin saber
quién vierte las preguntas
ni de quién
el habréis de morir el uno para el otro
tan sólo persiguiendo al que persigue
sin saber
en qué casilla detenerse
ni de quién
el niña redondea tu letra redondea
ahora dónde
el crecimiento y su quietud:
                                               la fruta
ya caída en
sal
¿me oyes amor? Empieza a dolerme
           
           José María Castrillón, inédito






 

Björk, Possibly maybe, 1996






Onanismo doble
Mi mujer y yo somos la mar de felices: el sexo, ese regalo de los dioses, es nuestra razón de ser como pareja, nuestro nexo de unión más fuerte y perdurable, un anclaje cotidiano -y gozoso en grado sumo- al que no estamos dispuestos a renunciar bajo ninguna circunstancia. Llevamos años practicándolo casi a diario y, aunque os parezca mentira, no ha habido entre nosotros ni un roce, ni una mala palabra, ni un reproche al respecto. Y mira que este es un asunto propicio como ninguno para arruinar una relación a poco que te descuides.
Para evitar el riesgo de una tormentosa y siempre desagradable ruptura, hace tiempo nos pusimos de acuerdo en una puesta en escena que hasta ahora se ha demostrado infalible para apuntalar la convivencia: sentados en los sillones de oreja, frente a frente, ponemos nuestros sexos al aire, y hala, a darle cada uno al suyo con fantasía y aplicación.
Con tal cotidiana práctica, hemos desarrollado métodos que os costaría creer; aparte de placenteros al máximo, cómodos, limpios y eficaces como pocos.
Y hemos alcanzado tal grado de pericia y compenetración que los orgasmos, en la mayoría de las ocasiones, se producen casi al unísono, lo que, quieras que no, acrecienta el goce.
-Te quiero, cariño -nos decimos al acabar, todavía acalorados y con la satisfacción de lo bien hecho en el rostro, a flor de piel.
Eso de que el roce hace el cariño no tiene porqué ser verdad. ¿Verdad?
En breve cumpliremos nuestras bodas de plata.
Elías Moro Cuéllar, inédito


           

El silencio es el comienzo de un nuevo mundo

¡Jrap! Media habitación desaparece
Un vacío voraz devora la ciudad
Simas abisales cortan las calles
Troncos mutilados se afanan por huir
¡Dios se come el mundo!

En Síntagma miles de cuerpos deliran
Todas las palabras que se dijeron desde el Génesis
Regresan ahora a las bocas
Silencio extremo; ¡nada se dijo, nunca!

Estoy en el Parlamento desvalijado
Una joven monja
Orina de pie echando a un lado su ropa interior
«Oh, Señor, fóllame, fóllame…», reza
La abrazo
Y con sus pechos –dos cabezas de leopardo–
Me descuartiza. 
          
           Larry Cool, Traducción de Mario Domínguez Parra