30.12.09

eduardo moga / 2 poemas en prosa

[AYER PENSÉ QUE HOY PODRÍA ESCRIBIR UN POEMA…]

Ayer pensé que hoy podría escribir un poema. Hacía tiempo que no escribía ninguno. En realidad, me asigno otras tareas, en prosa, para no sentirme obligado a escribir versos. Pero ayer se me acabaron los quehaceres, o, mejor dicho, ninguno se me imponía con tanta urgencia como para no poder dedicarme a otras actividades. He terminado de corregir la traducción de Libro de amigo y amado: he llegado a ese punto, cuya determinación es intuitiva, en el que cualquier cambio la empeora, aunque no sea inmejorable [ninguna lo es: toda traducción caduca; toda traducción, según Benjamin, «está destinada a diluirse una y otra vez en el desarrollo de su propia lengua»]. Para los artículos pendientes sobre el realismo sucio [no sé qué voy a decir: apenas me interesa el realismo sucio: su dicción es tan seca que se rasga, y el desgarrón sólo revela, casi siempre, una vaciedad iletrada. Sin embargo, alguna vez, la hendidura se abre al abismo: la voz, de tan áspera, se coagula en espanto, y se detiene, sobrecogida, al borde mismo del despeñamiento] y la poesía de A. F. M. aún no he hecho las lecturas debidas: no puedo, pues, ponerme a escribir, aunque ello no sería un obstáculo para muchos: el reverendo Sidney Smith, que reseñaba novedades para el Edinburgh Review a principios del siglo XIX, afirmaba no leer nunca el libro antes de escribir su crítica, para que no le creara un prejuicio. [Hace poco he leído esta anécdota atribuida a Óscar Wilde, a quien cabe asignar —como antes se hacía con Quevedo en España— cualquier facecia o chascarrillo de la historia de la literatura: in dubio, pro Wilde.] Lo de A. F. M. me preocupa, porque he de entregar diez folios antes del próximo dieciséis de octubre, y sólo ver los tres gruesos volúmenes de sus poesías angustiosamente completas me levanta dolor de cabeza. Tengo sus libros junto a mí, en un estante, a la altura de los ojos [mi biblioteca se ordena alfabéticamente, pero su disposición se tambalea: los libros, que no dejan de afluir, ya no caben en pie y rellenan, tendidos, los espacios entre baldas; promiscuos, se apiñan, se refriegan, incurren en orgías horizontales]; entre ellos se cuentan muchos cuadernillos y plaquettes, algunos de ínfima condición: A. F. M. publicaba, en cualquier sitio, todo cuanto escribía; no quería privar al mundo de la sublimidad de su estro. Les he echado un vistazo antes de empuñar el lápiz. A menudo lo hago: hojear poemarios al azar, sin ningún propósito, sólo para convocar a la inspiración [la inspiración es corregir sin fin], o para que pase el tiempo y esté así más cerca el momento de levantarme de la mesa. Limpio el tablero a papirotazos, afilo el lápiz, repaso inútilmente los papeles inútiles que se acumulan a mi alrededor [muchos de los cuales son poemarios, abnegadamente compuestos, que sus autores quieren ver publicados: no se dan cuenta de que nunca verán la luz, o de que lo harán en condiciones vergonzantes, y de que jamás cobrarán la relevancia a la que aspiran; qué glosa interminable, por lo demás, es la poesía: qué laboriosa perífrasis]: todo para despejar un espacio en el que pueda alojarse la palabra. A veces, me quedo quieto, sin pensar en nada, mordisqueando el extremo del staedtler, sintiendo que el tiempo pasa como una gamuza por un aparador.

Llegado a este punto, me doy cuenta de que aún no he escrito ni una sola palabra poética, o, por lo menos, animada por una voluntad poética: no me ha costado escribir hasta aquí. Sólo si la palabra se resiste, es poesía; los versos calamo currente no son, en realidad, versos.

En la mesa se abre una grieta. [«El poeta es un cultivador de grietas», ha escrito Juarroz.] Dentro están mis ojos. [También se resquebraja el agua del vaso; y el vaso, intacto.] Los almohadones han perdido su blandura. Algo incomprensible entumece los músculos, el folio en el que escribo «el folio en el que escribo» [que pertenece a un poemario rehusado, ignoro de quién: utilizo el dorso de tantas páginas desechadas para consignar mis borradores; la poesía es el humus de la poesía], el cielo, convertido ahora en una membrana imposible, en una sopa quebradiza. Se luxa lo negro, a la par que me ilumina; se encona lo negro, me descoyunta, nieva. La ropa con la que me visto es, de pronto, una corteza impalpable, un peto de escarcha. El aire me lamía, como un ciego que tanteara un rostro no oído, pero ahora se endurece como la brea, y destila cosas no fluidas, y olvida mi nombre, y el lugar en el que he de morir, y mi número de teléfono, y todos los lugares en que ya he muerto. Los lápices se distienden hasta volverse serpientes, y ondulan como lágrimas, y se desvanecen. Observo que mi caligrafía ha empeorado: se despliega, inacabada, con prisa. [No he perdido el hábito de cerrar los trazos circulares, siempre con portezuela, ni de prolongar los rectos, con frecuencia demasiado lacónicos. Así ha sido desde la adolescencia. En algún sitio he leído que es un rasgo propio de los perfeccionistas.] [Compruebo con desaliento que ya he escrito sobre mi caligrafía en el poema anterior. Mi primer impulso es suprimir la repetición, pero decido respetarla: ¿por qué debería ocultar que el poema versa sobre el acto de escribir, es decir, que no tengo nada que decir, salvo que digo? ¿Por qué erradicar las redundancias, los pleonasmos, los tartamudeos, como si fuera un deber higiénico, si la reiteración nos define: palpitamos, balbuceamos, ardemos? Por otra parte, ¿cómo he podido olvidar que ya había escrito lo que escribo?] Cuanto nos rodea, ¿seguirá siendo? [Pienso en Agustín de Foxá, fascista y perspicaz, amante del pormenor y la cizaña, y en el poema mortuorio —casi un jisei— hallado entre sus manuscritos inéditos: «Y pensar que después que yo me muera / aún surgirán mañanas luminosas, / que bajo un cielo azul, la primavera (…) / encarnará en la seda de las rosas. // Y pensar que, desnuda, azul, lasciva, / sobre mis huesos danzará la vida, / y que habrá nuevos cielos de escarlata, / bañados por la luz del sol poniente, / y noches llenas de esa luz de plata…»] El día que me inyecta su azul ¿se volverá incoloro? El árbol que me anuncia con su entereza su fragilidad ¿permanecerá, adelgazará, nacerá? Las flores que, encendidas por el agua, devienen tildes inmoderadas en el aire, ¿recitarán la tabla de multiplicar, practicarán la usura, sugerirán un mundo inmaculado o abyecto? Cuando yo sea otro, y me recubra de pieles ilegibles, y vea con los ojos de aquellos a los que he odiado, ¿estaré aquí —con mi cólera, en mis zapatos, asido a mi transcurrir— o me exiliaré en los huesos? ¿Dormiré o seguiré flotando en el lago sin orillas de la conciencia?

[Lo anterior sí es poesía: participa de la ambigüedad de lo absoluto: de lo que no puede ser dicho de otra manera; no significa: insemina; y cada palabra es arrastrada desde la vibración que la ha propiciado hasta el lugar que ocupa en la página. Ha atravesado la maleza de los sentimientos, y el grosor de los ecos, y la falsedad de los símbolos. Como siempre, temo la hipérbole: su filo máximo, que acaba por ser romo.]


(Poema VIII de Bajo la piel, los días)





[ESTOY AQUÍ, PERO ME ALEJO…]

Estoy aquí, pero me alejo. Pesan las vísceras, los calendarios. No obstante, me aparto de quien soy: de quien da sorbos a la cerveza, de quien lee con desgana el periódico, de quien ve envejecer al mundo y se ve envejecer con el mundo. Me miro los pies sarmentosos, apoyados en un escabel fatigado, y no sé a quién pertenecen. Los pies quieren escapar, hartos de entroncar conmigo, o de ser mi desembocadura. Y lo que digo enmudece: no se posa en el borde de los muebles, ni en las hojas de los plátanos [que aletean, encadenadas a un viento púrpura], ni en las cosas cercanas y remotas; por el contrario, vaga sin fe en los sonidos, sin esqueleto que informe su enunciación —o con un esqueleto laxo, espina apenas de sus llamas—, y se exacerba entre rosas, o esparce sus enigmas, o se aferra al pecho de lo sido, al dolor con el que zigzagueo entre mis ruinas palpitantes.

[Soy consciente de mi deriva. Las palabras asoman sin que medie la voluntad: son coágulos fluviales o acelerados remansos de sangre, que a veces se agrupan en nebulosas o en ascuas oscuras. Me avengo a su impulso: lo busco. El lápiz no corre tan deprisa como el lenguaje. Se han diluido las orillas del pensamiento —que no es razón, sino acuidad ardiente— y lo dicho fluye sin previsión, pero con justeza. A veces me detengo (de hecho, me ha costado rematar lo escrito entre guiones; intento, durante los frenazos, que los adjetivos, siempre acechantes, no graven la frase, su tiritar de cosa brotada), y entonces siento la pausa como un corte: procuro distraerme —afilo el lápiz, hojeo un libro (acabo de hacerlo con la poesía completa de Manuel Álvarez Ortega), busco cualquier pretexto para salir del despacho y eludir el silencio que me ahoga: voy a por un vaso de agua; me masturbo, cautelosamente, en el baño; enciendo un momento el televisor y repaso todos los canales, hasta dar con el programa más idiota (acabo de ver a Nadal ganarle un juego a Seppi en su partido de la eliminatoria España-Italia para evitar el descenso del Grupo Mundial; como si descender del Grupo Mundial tuviera alguna importancia. Nadal se sujeta la melena con una cinta amarilla, que combina con el granate de su camiseta Nike; Seppi, por su parte, viste de azul y blanco, como se espera de un jugador transalpino. Cuánto pesan los símbolos: más que las ideas que los sustentan. Se recubren con galas aparatosas, fabricadas en alguna maquila tailandesa, como los neanderthales se cubrían con pieles que les hicieran parecer más corpulentos para acudir al combate contra los clanes vecinos); hecho lo cual, regreso a mi mesa y empuño otra vez el grafito— y recuperar el aliento de la elocución, la fluidez articulada con que las palabras se acoplan en la página. No sé cómo lo logro, si es que lo logro. Los mecanismos de la dicción —y del pensamiento— se activan, en buena medida, al margen de la voluntad: algo hierve, helado, insumiso como el barro, exacto como el barro; algo sugerido por un aroma pasajero, o por una incisión de la luz en el ala de una paloma, o por el recuerdo de un pecho acariciado.]

Lo que tengo no es mío. Y quien lo tiene no soy yo. Me constituyen los relatos que compongo para consolarme, la sangre de lo que imagino, lo no nombrado, el olvido. Pero ni siquiera eso forma parte de mí: me lo arrebata la lámpara que derrama su linfa sobre la mesa en la que me derramo, el miedo que me fortalece y me estraga, los besos y los ojos y los fantasmas que respiran conmigo y que expirarán conmigo. No revelo lo que he aprendido: que ya no estoy aquí; que el tiempo se desmigaja como una mucosa al sol. Mis brazos ocupan otros espacios, en los que deposito mi soledad y mi semen. Mi lluvia es otra lluvia: un agua arrancada al tiempo, cuyas gotas dibujan mi rostro y la huida mi rostro. Mis órganos se han vuelto nieve, que cae como un plasma abrasador, hermético en su dispersión; o limaduras de plomo, que hieren a cuanto acarician, o que se hieren a sí mismas.

[He mirado dos veces el reloj en los últimos cinco minutos: es una mala señal. Me duele el cuello. No sé si he hecho bien tomándome un schnapps de limón. Es raro que beba alcohol fuera de las comidas.]

Quiero oír el embate de la sangre, como si rompiera contra un talud de sombra. Y la piel como una detonación. Y superficies que se yergan con el tronar de los labios. Y uñas que se estremezcan al pertenecerme, que ladren y florezcan y se insubordinen, y que luego, en su quehacer diario, recuerden lo pétreo del beso, lo infundido de amor. Quiero que las cosas ocurran por primera vez.

La tarde amenaza lluvia. El vidrio presiente la llegada del agua y se adensa en su transparencia, como si ya lo intimaran dedos serpenteantes. Oigo un retumbar: ¿cruje el cielo? ¿Chirrían su topacio y su humedad? Oigo trepidar a los pechos amados, y a mi propio pecho, en el que advierto el florecer de la senectud: los músculos lacios, el vello tintado de blancura. Los pechos que acaricio son las manos con que los acaricio. Oigo la violencia que subyace en lo naciente.

No escribo el poema que estoy escribiendo. Preveo que encanezcan los engranajes, que disientan los teléfonos, que se apaguen las sienes: que se archive el mundo, como los álamos que entreveo, sometidos a una lluvia semejante a sal. La descarga se ha producido, por fin: estornudo de sombra y plata. Pero no aplaca a la realidad, sino que la excita: la alimenta de un agua exultante, como una desbandada de luciérnagas. El poema me contempla, asombrado: yo soy sus signos; yo, su negrura y su alabastro.

Me alejaré aún más. ¿De quién es este estómago y su querella? ¿De quién, la tendinitis que me atormenta? ¿De quién, el ansia por que mi fuego se transfunda en otros fuegos, por alearme con otra carne, por aliarme con otro yo? ¿A quién pertenecen los ojos con los que leo lo que no he escrito? ¿Por qué enmascaro lo que digo, diciéndolo? ¿Por qué me sojuzga la identidad?

[Veo, de soslayo, esperándome, la columna de libros que integran la poesía completa de A. F. M., y que me he comprometido a reseñar para el libro-catálogo que el Gobierno de Aragón está preparando en su memoria. Me pasma su capacidad para concebir imágenes. Sus ideas tienen forma y color: son bestezuelas zaheridoras como libélulas. Aunque a veces me gustaría que fueran sólo ideas.]

¿Qué hago en esta casa, en esta piel?


(Poema IX de Bajo la piel, los días)





Eduardo Moga (Barcelona, 1962) es poeta, crítico y traductor. Entre sus libros más recientes se encuentran los poemarios Soliloquio para dos (2006), Cuerpo sin mí (2007) y Seis sextinas soeces (2008), y la traducción de Poesía reunida, de William Faulkner (2008). Ha publicado también dos compendios de ensayos: De asuntos literarios (2004) y Lecturas nómadas (2007) y varias antologías. Codirige la colección de poesía de DVD Ediciones.

Estos dos poemas forman parte del libro Bajo la piel, los días, que verá próximamente la luz en Calambur Editorial.

13.12.09

joan de la vega / 5 poemas sobre pintura

El ajenjo (1876)
Edgar Degas

A solas
esquivo rostros indiferentes,
disfraces de harapo
que carecen de premura
y humildad.
Abstraído
beso entre suspiros
aires secundarios,
hago callar las estatuas
de cristal.
Me embriago de arcanas
ausencias
y mascadas gotas
de melancolía.
Dejo las riendas en manos
de ácaros que limpian
ceniceros,
la podredumbre del lugar.
El hedor del tabaco me dice
qué no recuerdo de ayer.
Sobre la mesa el vaso
acaba siendo
desterrado
compañero de fatigas.





Joven campesina tomando café (1881)
Camille Pissarro

Existen olores,
viejas fragancias
que sobreponen
rumores videntes,
el peso de la nostalgia.
El día es más sencillo
de tarde en tarde
bajo cuatro paredes
y una ventana.
Sentado
y sin hacer nada,
amo la soledad
que me ofrecen los pájaros
escapando con su dulce sueño
de libertad.
Juventud sirviente
que observa el sabor
de la vida pasar
bajo cuatro paredes
y una ventana.





Noche estrellada (1888)
Vincent Van Gogh

Noche estrellada,
abismal noche.
Por el firmamento
se extienden tus alas
calcinadas, abres
remolinos ciegos.
Noche erizada,
oída noche.
Tuya es la oscuridad,
de vuelta al mundo
de los ceros.
Noche infinita,
implacable noche.
Emplazado en tus sombras
rindo la voz a un sueño
más allá del tiempo.
En tus bosques arden
narcisos, huracanes
de miedo.
Como un cuervo gigante
azoras girasoles ciegos.





El grito (1893)
Edward Munch

Donde hubo sol
hubo música familiar,
generosos miradores
sazonando al vuelo
los cinco sentidos.
Pero esta tarde de mayo
mi voz
ha colisionado con el mundo.
Aúlla la ciudad, gime
pavoroso el crepúsculo.
Todo mi amor
que gravita en mis manos
vegeta en la angustia
de este horizonte que miro,
que no es mar pausado
sino preludio absoluto sin ti.
Nadie escucha el grito
que emite un cadáver
viviente.
Nadie oye el sollozo
de la noche
cuando amanece
sin sangre
y verduga.
Nadie es ya nadie
en mi voz sin mundo.





La durmiente (1897)
Renoir

Allá en lo más alto,
donde el sueño respira
y se esfuma toda oscuridad,
una tarde plácida
nos derriba.
Hunde su maxilar
desnudo
en sábanas profundas,
en cada página inédita
de tu piel.
Ensimisma en secreto,
martillea en silencio,
suspira cómplice.
Júbilo y bondad
atrapados al vuelo
en un juego de sombras.




*

Joan de la Vega (Santa Coloma de Gramanet, 1975) dirige la editorial La Garúa Libros desde 2004. Es autor de Inti-huatana (Barcelona, Seuba Ediciones, 2002), Ladino (Gijón, Trea, 2006) y Trilces Trópicos. Poesía emergente en Nicaragua y El Salvador (Barcelona, La Garúa, 2006). Su obra ha sido recogida en Campo abierto. Antología del poema en prosa en España 1990-2005 (Barcelona, DVD Ediciones, 2005). Ha publicado poemas en las revistas Alhucema, Turia, Vulcane, Letra Internacional y Nayagua, entre otras.
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25.11.09

david huerta / 3 poemas

Nupcias en el bosque
Pequeño homenaje a David Attenborough

¿Dijiste «globo traslúcido de una forma floral»?

¿Dijiste en verdad eso, con una voz serena,
distante y cálida, tu voz de viejo
metido en exploraciones inimaginables
para alguien como yo,
como nosotros, extraviados
en los meandros, los cableríos,
las oficinas y fábricas
de la Ciudad Irreal?

Suspendido en el aire caliente
del bosque, ese globo rodeado de luz,
atravesado por un fulgor primitivo,
destello de tornasoles orgánicos

ha aparecido para cumplir las nupcias
hermafroditas
de una pareja de invertebrados.

Es un globo diminuto
y gira

como gira una flor
en la mano de los adolescentes,
enfrentados, acaso por vez primera,
con una belleza insólita
que debería cambiarles la vida, según sentencia
de Rainer Maria Rilke.

Está suspendido de un hilo de baba
desprendido, como en medio de un vals,
de dos organismos sin discurso,
puras presencias materiales,
fantasmas o apariciones
del mundo sublunar y sus sueños de extrañas
geometrías.

Es una formación deslizante, salpicada por aceites
pesadillescos y salivas salidas
de algún océano primordial,
de una tormenta quieta de la biología.

Gira en el bosque.
En tu cabeza, en sus cámaras transparentes,
gira también, incesante.

¿Nupcias, dijiste? ¿De criaturas de extraña forma
cuando uno las ve de cerca, pero comunes
como la hierba de los jardines
y de las plazas públicas
cuando las considera a distancia,
la razonable distancia
de quienes, como nosotros,
no quieren saber nada de nada?

Una y otra vez, a lo largo de las noches veraniegas,
la imagen volverá:

anuncio de otros tiempos, de mundos paralelos
poblados por dragones diminutos
y granos de arena del tamaño del Himalaya.



El viático en la sombra
Sixteen years! Sixteen banners united over the field…

Escucho en el reverso de la palabra fiebre
un rumor de inscripciones, la lenta bocanada
de una luz desasida, las Dieciséis Imágenes
de un trayecto puntual como la santa orilla
del fuego o de la tierra o la luz fecundada
en un sello magnético o el transparente óvalo
de un viento suspendido por la aguja del tiempo:

las olas inflamadas del alba en el Caribe,
el camino hacia el Arno, la vista de Estambul
antes de amanecer, la dormida Cisterna,
la lluvia en Venezuela, el ovillo de Roma
–monumental, caótica–, la íntima piscina
de votos renovados, Saint-Michael en el mar,
las calles de La Habana, el puente milenario
descubierto en Wiesbaden la primera jornada,
los caballos de bronce robados por los Dogos,
los acuarios, los parques, los templos, los zoológicos
y en la mañana unánime el fulgor de tu cara.

Acaso no en los viajes ni en las arduas ciudades
ni en los hondos paisajes ni en las voces queridas
ni en los ávidos libros ni en las conversaciones
está el tiempo cifrado del amor y su llama.
Está en la noche antigua y en la diáfana sílaba
nunca dicha o soñada, sobrenaturaleza:
escúchala, recógela. Es casi nada y todo
de su forma y sonido secreto se desprende.
Es el viático doble en la sombra del mundo
para la vida inerme: su arcilla, su memoria.



The Child is Father of the Man

No sé cómo buscarte dentro de mí,
niño que fui: si debo escarbar
encarnizadamente
en la memoria
o invocarte por medio de magias repentinas
en las que no creo.

Estás perdido pero no para ti mismo:
sólo para mí. Sin embargo soy tú,
o eso me dicen quienes parecen
saber más de mí que yo mismo; o que tú.

En el tiempo de la vida
tuviste un tiempo propio,
largo, dilatado
hasta el confín de juegos infinitos.

Sé que jugabas como ahora yo juego:
pero eso no es encontrarte. Soy tu repetición
—siquiera en el esplendor mínimo
del juego —y sus inocencias y sus culpas.

William Wordsworth afirma
que eres mi padre:
él juega un juego estrafalario
con los años, con las edades
y con la genética. Por las entrañas
y por la biología,
mi padre fue otro
—y ya está muerto. Tú estás vivo.
Y es cierto que vives
como una sombra palpitante
dentro de mí. Pero no conozco ese «dentro».

Cuando examino el interior de lo que soy
hallo solamente un amasijo de formas
indistintas, apenas discernible
por un esfuerzo del recuerdo.
Pero estás ahí, impalpable, invisible.

Acércate. Pienso a veces
que no quieres hacerlo
para que yo no te mate. O te me escapas
minuciosamente
por una voluntad incomprensible
de ocultamiento. Pues sospecho
que no me tienes miedo
—como no le tiene miedo la sombra
al cuerpo que la proyecta sobre la pared.

Es posible que siempre estés aquí
y seas la forma sagrada
de una ignorancia cósmica
que debería atormentarme.
Pero quizá, mejor aun,
tienes la hondura de una sabiduría
visionaria.

Sin embargo, sé que aborreces
tales grandes palabras, acaso
porque las desconocías
o porque ellas te desconocían.

Entre mil otras cosas, puedo entender
que eres precisamente eso:
el desconocimiento de las grandes palabras.

Que por el tiempo presente de tu ausencia
o de tu estilo de esconderte
eso me baste. Mientras tanto, en sueños,

murmuro tus cantos sin significado
y en la vigilia intento ponerlos
en líneas irregulares de juego serio,
ese otro confín.






David Huerta nació en México en 1949. Poeta, traductor, y ensayista, realizó estudios de Filosofía y Letras Inglesas y Españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado los siguientes libros de poemas: El jardín de la luz (UNAM, 1972), Cuaderno de noviembre (Era, 1976, 1993), Huellas del civilizado (La Máquina de Escribir, 1977), Versión (FCE, 1978), El espejo del cuerpo (UNAM, 1980), Incurable (Era, 1987), Historia (Ediciones Toledo, 1990, Premio de Poesía Carlos Pellicer), Los objetos están más cerca de lo que aparentan (1990), La sombra de los perros (Aldus, 1996), La música de lo que pasa (Conaculta, 1997), Hacia la superficie (Filodecaballos, 2002), El azul en la flama (Era, 2002) y La calle blanca (Era, 2006). Fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1970-1971) y de la Fundación Guggenheim (1978-1979). Ha sido Secretario de Redacción de la Gaceta del Fondo de Cultura Económica y Coordinador de talleres literarios en la Casa del Lago, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Su poesía está incluida en la antología Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000) (Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, 2002).
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13.11.09

derivas por los exteriores de la Red

a propósito de Heath Bunting

Jaime Luis Martín


Muy pocos artistas se mantienen siempre en el borde, en los límites, arriesgando cada día más y actuando de continuo en el filo de la realidad. Y Heath Bunting [1] se encuentra entre esos escasos creadores capaces de generar intensidades emprendiendo acciones multiuso. Surgido a la sombra de las políticas conservadoras del thatcherismo, impulsó diferentes movimientos de protesta, utilizando todos los medios a su alcance –graffiti, mail-art, radios piratas, performances– para manifestar su rechazo a la reaccionaria Dama de hierro. Subversivo, hacker y activista, irreverente con las instituciones y los convencionalismos, ha trabajado en numerosos proyectos que han contribuido a la creación de un entorno crítico. Pionero en el uso de la red como soporte para actividades artísticas pero sin dejarse condicionar por el medio, fue el primero en autodefinirse como «artivista», término que más tarde englobaría a todos los artistas que realizan un trabajo político y crítico en la Red.

Bunting, que vive al margen del mercado del arte, cuestionando el consumismo que nos domina, involucrándose en la construcción de redes democráticas, denunciando el control y la vigilancia a que somos sometidos por las nuevas tecnologías, tiene algo de Robin Hood disparando sus flechas tecnológicas contra centros sensibles del sistema capitalista. «Desde 1994 su modus operandi –señala Rachel Greene– ha sido crear trabajos/eventos que requieren baja tecnología y funcionan tan fácil y directamente como los graffiti: subversiones simples generadas por una convicción anarquista.» [2] Y él mismo confiesa: «No me interesa que el net art sea admitido en los museos, y menos aún que entre en el mercado del arte. No quiero que mis obras puedan ser vendidas, sino que todos tengan libre acceso a ellas» [3].



Heath Bunting mantiene una posición independiente y desarraigada; deambulando por los caminos más apartados del arte; aproximándose a una visión de las fronteras y a la problemática de la inmigración con ojos críticos; suplantando identidades o facilitando una nueva a quien la precise por cualquier motivo; y apostando, siempre, por la libertad frente al poder establecido. Es el creador de la web Irational.org, «un sistema internacional destinado a desarrollar información irracional para los desplazados y los vagabundos» [4] que sirve de apoyo a artistas independientes y organizaciones que necesitan mantener sistemas de información críticos. Irational.org está integrada, además de por el citado Bunting, por Daniel García Andújar, Kayle Brandon, Minerva Cuevas, Rachel Baker y Marcus. Los integrantes han sabido organizar una red de propuestas, herramientas de software e instrumentos capaces de producir estéticas comunitarias y de resistencia.

El primer proyecto que Bunting llevó a cabo en Internet fue King Cross Phone-In, una intervención sonora, una sinfonía comunicativa en un espacio público recurriendo a los teléfonos que rodean la estación de King Cross en Londres como a instrumentos improvisados. La acción consistió en la publicación en una página web [5] y en varias listas de correo de los números de teléfono de 36 cabinas que rodeaban la estación. En la convocatoria, el 5 de agosto de 1994, el artista invitaba a realizar cualquiera de las siguientes acciones:

1.    Llamar a alguno de los números, hacer sonar el teléfono un tiempo y luego colgar.
2.    Llamar a esos números siguiendo algún tipo de patrón.
3.    Llamar y mantener una conversación.
4.    Ir a la estación de King Cross, ver la reacción del público, contestar a los teléfonos y charlar.
5.    Hacer algo diferente.

Bunting lograba con esta acción introducir una ruptura en la cotidianeidad del flujo urbano, poniendo en contacto a gente desconocida para saludarse o entablar una conversación, creando, de esta manera, una red social.

En 1995 realiza el proyecto Visitor’s Guide to London [6], presentado a la Documenta Kassel. Visitor’s es una guía subjetiva y atípica de la ciudad, un recorrido psicogeográfico por el Londres más abandonado y menos turístico. Esta mirada, influenciada por la prácticas situacionistas y especialmente por la «Teoría de la deriva» de Guy Debord [7], se resume en 250 imágenes, mapas de bitmaps, de paisajes desolados y sin historia, un recorrido por los barrios y periferias de la ciudad de Londres.

Como en la mayoría de sus propuestas en la Red, la sencillez y la simplicidad estética definen la interfaz, y CCTV World Wide Watch [8] no es una excepción. Este proyecto de 1997, muy crítico con las cámaras de videovigilancia y los estados policiales, puede sintetizarse en una sola frase: se han cumplido los temores de Orwell [9], el Gran Hermano nos vigila. Propone al espectador participar como vigilante activo, escudriñando cualquier actividad criminal a través de varias cámaras de seguridad en tiempo real situadas en distintas partes del mundo. Una ventana de diálogo bajo cada cámara permite enviar un mensaje de texto a la policía si se observa algún delito. Pero los envíos denunciando los crímenes nunca llegan a su destino sino que quedan registrados en una base de datos. Se escenifica de esta manera la sociedad del control, de la que hablaba Gilles Deleuze, y a la que igualmente se refiere Virilio como la sociedad cibernética, convencido de que «las autopistas de las información van a desplegar, pues, un sistema interactivo tan temible para la sociedad como lo es una bomba para la materia» [10].





Own, Be owned or Remain Invisible (Poseer, Ser poseído o Seguir Siendo invisible) (1998) [11] trata, mediante una entramado hipertextual, de la construcción de la identidad. Partiendo del texto, publicado en The Daily Telegraph, «On a mission» [12], escrito por James Flint y referido al propio artista, se enlaza cada palabra del artículo a una dirección compuesta con la misma palabra y el indicativo de dominio comercial «.com». «En readme de Heath Bunting la descripción del individuo –señala José Luis Brea– se abre y se disemina en la serie. La escritura del yo no es separable de su inscripción en una red dispersa de lugares, en una topología diseminada de referentes.» [13] Pero también incide en la incapacidad para autodefinirse fuera del mercado, de las marcas que se han establecido como una segunda piel de nuestra personalidad.

Junto con Olia Lialina, otra histórica del net-art, desarrolla en idéntica línea la obra Identity Swap Database (1999) [14], una base de datos destinada a todas aquellas personas que quieran intercambiar su identidad. «Tuve la idea –señala Bunting– tras unas conversaciones con grupos alemanes que se dedican al problema de los refugiados políticos y de los inmigrantes ilegales de forma activa, es decir, favoreciendo la entrada de indocumentados en Alemania y otros países nórdicos. Los gobiernos europeos responden a uno de los problemas más graves de este fin de siglo cerrando las fronteras e incrementando la represión policial, como si así pudieran solucionarlo.» [15] El visitante de la página debe cumplimentar un formulario, disponible en varios idiomas, con sus datos personales y características físicas. De esta manera el usuario que desee una nueva identidad sólo debe contestar a unas preguntas para que el programa informático le proporcione una relación de personas, con sus respectivas fotos, cuya fisonomía pueda ajustarse a la del demandante. «La red ya no es ese lugar libre –apunta Jesús Carrillo con respecto a esta obra– donde construirse una nueva identidad, sino un mecanismo que pone de manifiesto, de un modo simbólico, la devaluación asimétrica de ciertas identidades en el contexto político actual.» [16] Pero sin duda supone un sabotaje a la estructuras de control del sistema, cuestionando «la voracidad comprobable de las notas identificatorias y su permanencia a lo largo de toda la vida (o al menos durante periodos prolongados) del sujeto identificado» [17].

También en 1999 crea el espacio Net.art Consultants [18], una oficina de consultoría para personas interesadas en la donación, compra y coleccionismo de obras de net-art. Algunas instituciones beneficiadas por las donaciones son el Museum of Modern Art de Nueva York, el Ars Electronica Center, Linz Zentrum for Kunst and Media, art.teleportacia, ICC de Tokio… Las entidades agregadas a la lista exclusiva de potenciales beneficiarios deberán abonar por un mes la cantidad de mil dólares, por seis meses 3.000 dólares y por un año 5.000 dólares. Y, curiosamente, en la página donde figura el listado de donantes se detectan donaciones de una misma obra a varias instituciones.

En colaboración con Kayle Brandon realiza una guía online para cruzar las fronteras europeas sin pasaporte: BorderXing Guide (2001) [19] fue patrocinada por la Tate Gallery de Londres y la Fondation Musée d’Art Moderne Grand-Duc Jean (MUDAM) de Luxemburgo. El sitio BorderXing Guide consiste principalmente en una documentación de los pasos fronterizos, evitando las aduanas y la policía de inmigración. La información sobre cómo cruzar las fronteras viene acompañada de mapas del terreno y listas del equipamiento necesario.

El sitio web no se encuentra accesible y las personas que deseen visitar la página deben viajar físicamente hasta una ubicación designada por el artista o lograr una autorización sólo posible desde una IP estática. Internet, un espacio conceptualmente sin fronteras, ve limitada el libre acceso, de la misma forma que las fronteras físicas restringen el movimiento de las personas. «Bunting y Brandon siguen la estela abierta por artistas políticos como Hans Haacke –señalan Mark Tribe y Reena Jana– y adoptan para estos proyectos una estética funcionalista y carente de adornos, con la cual pretenden enfatizar que su obra no busca la decoración ni el placer visual.» [20] BorderXing Guide se completa con una guía botánica accesible en línea [21].

Tour de fence (2002) [22], obra patrocinada por el Media Arts Lab de Berlín y realizada con Kayle Brandon, parte del reconocimiento de las vallas y los cercados como metáforas de la propiedad privada. Mientras que Internet prometía suprimir cualquier barrera, en la vida diaria nos encontramos con muros y cierres que nos impiden el paso continuamente. De la vieja red de alambre a la puerta de acero, de la cerca rústica a los complejos sistemas de seguridad, Tour de fence se enfrenta a la realidad de la valla y ensaya distintas estrategias para saltarse estas barreras. La página web presenta de forma muy sencilla una relación de diferentes cierres, distintas técnicas para pasar al otro lado de los cercados y links de interés sobre el tema. Pero aquí no se ensaya tecnología sino que el proyecto se orienta a una serie de ejercicios físicos –saltar una alambrada, escalar un muro– que nos permitan salvar esa barrera y penetrar en la propiedad.

En una entrevista realizada por Laura Baigorri, el artista manifestaba que «muchas de mis investigaciones en cuestiones políticas han acabado con conclusiones relacionadas con la forma y la simplicidad. Hasta que recientemente la estética se ha convertido en la atracción, significado y arma de grupos sociales […]. Muchos políticos comparten la creencia de utilizar frecuentemente técnicas de atracción y repulsión. El arte también trabaja en estos niveles y por eso el arte puede ser interpretado a veces como política» [23].

Actualmente Heath Bunting sigue siendo un resistente, un agente activo en los procesos de visibilidad y denuncia de las injusticias y contradicciones que arrastra el capitalismo, un creador de entornos favorables para el desarrollo de proyectos que impliquen relaciones y redes comunitarias, un programador de realidades y acciones subversivas, un conspirador que traza mapas de periferias y fronteras, un artista para quien el arte «debería tratar de informarnos y liberarnos del pensamiento y comportamientos condicionados» [24].



Portada de la web de Bunting en la Tate Gallery

Notas

1. http://www.irational.org/cgi-bin/cv/cv.pl?member=heath (Consulta: 22 de octubre de 2009).
2. http://aleph-arts.org/pens/index.htm (Consulta: 22 de octubre de 2009).
3. http://www.irational.org/irational/ media/el_pais.txt (Consulta: 22 de octubre de 2009).
4. http://www.irational.org/cgi-bin/cv/cv.pl (Consulta: 22 de octubre de 2009).
5. http://www.irational.org/cybercafe/xrel.html (Consulta: 22 de octubre de 2009).
6.  http://www.irational.org/heath/london (Consulta: 22 de octubre de 2009).
7. Guy Debord, Teoría de la deriva, 1958 http://sindominio.net/ash/is0209.htm (Consulta: 22 de octubre de 2009).
8.  http://irational.org/cgi-bin/cctv/cctv.cgi?action=front_page
(Consulta: 22 de octubre de 2009).
9. George Orwell, 1984, Barcelona, Destino.
10. Paul Virilio, El cibermundo, la política de lo peor, Madrid, Cátedra, 1997, p. 80.
11. http://www.irational.org/heath/_readme.html (Consulta: 23 de octubre de 2009).
12. http://www.irational.org/irational/media/telegraph1.html (Consulta: 23 de octubre de 2009).
13. http://aleph-arts.org/shock (Consulta: 23 de octubre de 2009).
14. http://www.teleportacia.org/swap (Consulta: 23 de octubre de 2009).
15. http://www.irational.org/irational/media/el_pais.txt (Consulta: 23 de octubre de 2009).
16. Jesús Carrillo, Arte en la red, Madrid, Cátedra, 2004, p. 195.
17. Patricia Mayayo en Tendencias del arte, arte de tendencias a principios del siglo XXI, eds. Juan Antonio Ramírez y Jesús Carrillo, Madrid, Cátedra, 2004, p. 97.
18. http://www.irational.org/donate (Consulta: 23 de octubre de 2009).
19. http://www.tate.org.uk/netart/borderxing (Consulta: 23 de octubre de 2009).
20. Mark Tribe y Reena Jana, Arte y nuevas tecnologías, Taschen, p. 34.
21. http://duo.irational.org/botanists_guide/firstpage.html (Consulta: 23 de octubre de 2009).
22. http://www.media-arts-lab.org/fences; http://www.irational.org/fence (Consulta: 23 de octubre de 2009).
23. Laura Baigorri, «Experimentación y creación independiente», Revista Brumaria, 6 (2006), Barcelona, p. 207.
24. Heath Bunting, «La ley asociativa», Revista Exit, 31 (2007), Madrid.



Jaime Luis Martín (Avilés, 1960) es poeta y crítico de arte. Codirige la colección Ajimez y su página web Ajimez Arte.
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28.10.09

alceo de mitilene / poemas

versión y nota de Juan Manuel Macías

El poeta Alceo nació y vivió en la isla de Lesbos, icono geográfico que la posteridad ha ligado fatal e íntimamente a Safo. Este curioso azar quizá lo convirtiera en el más desarraigado de los líricos griegos arcaicos, aventajando, incluso, al mercenario Arquíloco, perpetuo exiliado de su isla. Pero el de Alceo es un desarraigo más sutil, filológico. En efecto, vivir a la sombra del complicado edificio sáfico ya propició desde la antigüedad que se lo tuviera por un poeta menor, una apagada réplica masculina de su famosa paisana; y, en épocas más cercanas, que pasase a ser una «cara b» poco escuchada en las ediciones críticas donde ambos están condenados a convivir por afinidades lingüísticas y de género literario. Por fortuna, vivimos tiempos más maduros para librar a Alceo del reduccionismo de gabinete (como también a Safo) y encontrar en él a un gran poeta, interesante a todas luces, de una voz y una entidad lírica firmemente asentadas e inconfundibles.

De algunos de los fragmentos conservados de Safo y Alceo parece desprenderse que fueron contemporáneos y que tuvieron trato personal. Una leyenda antigua los suponía amantes, cosa poco probable, al margen de que, para dos poetas, compartir una cama puede ser más difícil que compartir una isla. Uno prefiere pensar que aprendieron a ser amigos y a reconocerse en la frontera de dos mundos, el femenino sáfico y el masculino de Alceo, poblado de naufragios, sediciones políticas y borracheras existenciales. Dos mundos cerrados y opresivos que tal vez sólo hayan existido en las frentes de los filólogos. Los poetas, al cabo, siempre prefieren las fronteras.



La selección de los fragmentos alcaicos que aquí se presenta está traducida sobre la edición de Eva Maria Voigt Sappho et Alcaeus (Ámsterdam, 1968). Los puntos suspensivos notan una laguna del original papiráceo o un pasaje ininteligible. Parte de la traducción del poema 130 b V es conjetural.

J. M. M.






34 V

Desde la isla de Pélope acudid,
de Zeus y Leda vástagos valientes;
mostraos con espíritu benévolo,
Cástor y Pólux.
Vosotros, que la tierra inmensa y todo el mar
atravesáis en rápidos corceles,
y al hombre fácilmente arrebatáis
la fría muerte,
saltando a lo alto de los bien bancados barcos,
y traéis, refulgiendo desde lejos,
la luz en la penosa noche para
la negra nave.


38 V

Oh Melanipo, bebe conmigo y emborráchate.
¿Qué piensas? ¿Ver de nuevo la clara luz del sol,
atravesado ya el voraginoso
Aqueronte? No aspires a tan altas hazañas.
Pues también el eólida rey Sísifo, el más sabio
de todos, afirmaba haber huido a la muerte.
Y, astuto como era, pasó el voraginoso
Aqueronte dos veces, por obra de las Keres.
Mas a llevar gran tormento bajo la negra tierra
lo condenara el Crónida. Anda, olvídate de eso.
No más que ahora jóvenes seremos
para gozar aprisa de cuanto un dios nos traiga.


45 V

El más hermoso de los ríos, Ebro,
que desembocas junto a Eno en el mar púrpura,
después de haber rugido por las tierras de Tracia,
rica en caballos.
Muchas doncellas llegan hasta ti
y por sus suaves muslos, con manos delicadas
se embelesan pasando como un bálsamo
tu agua de dioses.


130 b V

Vivo una vida simple, ay de mí,
en un destino rústico,
queriendo oír rumores de asamblea
y de consejo, oh Agesilaidas,
lo que tuvo mi padre, y el padre de mi padre,
mientras envejecían entre estos ciudadanos
malos unos con otros;
de lo que me han echado
y huyo hasta este confín, como Onimacles,
hasta este sitio, guarida de lobos,
lejos de la batalla, que no es lo más acorde con el fuerte
abandonar la sedición.
… Y hacia el recinto de los venturados dioses
… ando sobre la negra tierra
… con éstas…
… habito con mis pies lejos de las desgracias
allí donde las lesbias de largos peplos marchan
a lidiar en belleza, y suena en torno
un inefable eco femenino:
santo griterío anual.


140 V

Resplandece el gran templo con el bronce
y, en honor de Ares, el tejado entero
ornado está con relucientes yelmos
de los que penden blancos penachos de caballo,
honor de las cabezas varoniles.
Y ocultan a los clavos las broncíneas
grebas, puestas en torno,
defensa del venablo poderoso.
Hay corazas de lino nuevo,
y escudos cóncavos tirados,
y a su lado espadas de cálcide,
muchos ceñidores y túnicas.
No conviene olvidarse de esas cosas,
lanzados como estamos a esta empresa.


338 V

Llueve Zeus y grande es la borrasca
que de los cielos cae. Se han helado los ríos…
Echa abajo el invierno, prende el fuego,
el dulce vino mezcla sin reparos
y un almohadón mullido
aparéjate en torno de las sienes…


208 V

No entiendo la querella de los vientos:
viene una ola rodando de este lado
y de ése, otra, y nosotros en medio
somos llevados con la negra nave
en la gran tempestad, entre horribles esfuerzos;
pues llega el agua al pie del mástil
y ya todo el velamen se ha rasgado,
y jirones enormes cuelgan de él.
Ceden las anclas, y el timón …
Me sujeto a las jarcias por los pies:
tan sólo esto me mantiene a salvo …
… la carga echada por la borda ...


346 V

Bebamos, no esperemos las candelas, le resta un dedo al día.
Alza en alto las grandes y decoradas copas, buen amigo,
pues el vino a los hombres se lo dio el hijo de Sémele y Zeus
para olvido de penas. Mezcla una parte junto con dos partes
y escáncialo hasta el borde, y que una copa empuje
a otra.


347 V

Empapa tus pulmones de vino, que la estrella está girando
y la estación es dura, y todo tiene sed con el calor,
y se oye a la cigarra cantora entre las hojas…
y florecen los cardos, y las mujeres ahora son más pérfidas,
y los hombres más débiles, pues Sirio su cabeza y sus rodillas
quema.


348 V

Ceñida de violetas, inocente, la de dulce sonrisa, Safo.




Lawrence Alma Tadema, Safo y Alceo, 1881


Juan Manuel Macías (Cartagena, 1970) es filólogo, helenista y tipógrafo. Colabora en diversos medios relacionados con el mundo clásico y también en revistas de poesía. Tiene publicados el poemario Azul de enero (Madrid, 2003) y la edición y traducción de las poesías de Safo en DVD Ediciones (Barcelona, 2007). Mantiene y coordina la página web de DVD Ediciones.
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14.10.09

josé luis gómez toré / 4 poemas inéditos

Epitalamio

Para tu dedo un anillo de agua.

Para tu cintura
un anillo veloz de pájaros de invierno.

Porque la lluvia ha copiado
lentamente tus ojos.

Porque te pareces a la alegría y a la tierra.





Dos años

Aún sabe que yo es tú.

El niño aprende (tú, yo, luz, abuelo, coche, pájaro) poco a poco nuestras palabras, las que no son de nadie.

Deja caer lentamente la arena sobre tus manos limpiándolas de tiempo.

Sus manos tan pequeñas palpan toda la música del mundo.

Es enigmático y transparente como el agua.





La vocación del vértigo

Donde hay profundidad hay vértigo.

La rama que recorta su altiva desnudez
contra un cielo sin nubes
sabe de lejanías,
como sabe la sangre y saben los espejos,
como la luz elige en qué cuerpos sumirse.

Si entre unos muslos buscas
el silencio del cauce,
si en la piedra tallada hay vetas de memoria,
si el tacto de este fruto
ya ha calmado tu sed,
si disputas
la aspereza de un tronco a las hormigas,
rozas la piel del mundo.
Es suficiente riesgo.
Sobre la superficie
no hay líneas que separen el miedo del asombro.

Pasos en el borde del agua.
Un zumbido de insectos
y ese rumor de sangre bajo el párpado.





Arte de cetrería

Si el ojo puede
retener en el aire el vuelo del vencejo,
que no olvide su forma,
la curva de sus alas, la certeza
de ser flecha y ser arco.

Cetrero insobornable,
cazador de sí mismo, no reclama
otro estandarte que el verano.

Destejen,
tejen el aire los vencejos.

Mira

su gesta en desbandada,

en el centro vacío,

donde un instante se cruzan
con un grito de guerra,

                                    la quietud.








José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) recibió en 2002 un accésit del premio Adonais por el libro He heredado la noche. Ese mismo año su ensayo La mirada elegíaca fue galardonado con el Premio Internacional de Investigación Literaria Gerardo Diego. Su último libro de poesía publicado es Fragmentos de un cantar de gesta (Pre-Textos, 2007). Tiene abierto el blog literario Poesía, intemperie.
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1.10.09

la sonrisa de las estatuas

notas sobre la poesía de Giorgos Seferis

José María Castrillón

Grecia es una falla histórica. A pesar del intenso, duradero y apreciado sedimento cultural conformado durante su antigüedad clásica, la nación griega ha sufrido como pocas las fiebres expansionistas del siglo pasado, las ambiciones disgregadoras y los intereses colonizadores de potencias más o menos circunstanciales; y, por añadidura dolorosa, el enfrentamiento interno y la violación de los derechos civiles. Nada que deba sorprendernos a los españoles si no fuera porque tales avatares han venido acompañados de una inestabilidad territorial dramática. Sirva como ejemplo desgraciado el éxodo de un millón y medio de griegos tras la anexión turca en 1922 de parte de la Tracia Oriental y de los territorios de la antigua Jonia.

Giorgos Seferiadis (1900-1971), para la literatura Giorgos Seferis, había nacido en Jonia, muy cerca de la actual Smirna. Décadas más tarde, regresó circunstancialmente al lugar de su infancia y adolescencia: no encontró sino la oclusión de su memoria, un territorio ya desfigurado y extraño.

En cierto modo, Seferis vivió continuamente en tierras extrañas, por ser de otros, y, sin embargo, propias en la medida en que alzó un mundo personal que daba cuenta de ese exilio. Su dedicación a la diplomacia le llevó a Inglaterra (una segunda patria cultural), Egipto, Turquía, Chipre… Esta última etapa mencionada acrisola esa diáspora vital del autor de Mithistórima. Pedro Bádenas de la Peña, a quien debemos el esfuerzo y la dedicación que supone la traducción y estudio de la poesía completa de Seferis, expuso la comprometida situación de un poeta reconocido que debe afrontar las negociaciones (en las que se sintió desautorizado por su propio gobierno) para liquidar el colonialismo inglés ejercido sobre la isla de Afrodita: él, que había bebido como probablemente muy pocos poetas europeos de la mejor tradición británica. En efecto, más allá (o acá) de que su padre hubiera sido un reputado traductor de Byron, Seferis analizó, tradujo y asimiló como nadie la obra poética y crítica de T. S. Eliot. La misma sociedad británica que le honrará, entre otras distinciones, con el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge (al parecer se tuvo la extraordinaria consideración de pronunciar en griego el nombramiento y no en latín) se empecinaba en extirpar los lazos entre la gran isla y la madre Grecia. El propio Bádenas explica la forma inusualmente comprensiva que el poeta esgrimió ante el problema: buscando entender las razones (y los errores) de la potencia colonizadora británica.

La misma generosidad y honradez intelectual que demostró al adjudicar a Cavafis, antes que a él mismo e incluso que a Eliot, la creación de poemas denominados por el propio Seferis como «pseudohistóricos», espejos de un presente de ambiciones e intereses espúreos.

1935 se convierte en fecha imprescindible para entender la poesía griega del siglo XX. Andreas Embiricos publica Altos hornos, si no el primero, el poemario emblemático del surrealismo helénico; Pirámides de Yannis Ritsos forzará el giro social; y Odysseas Elytis, símbolo de la modernidad poética griega para la España contemporánea, dará a conocer sus poemas iniciales. Y en el mismo año, Mithistórima (Leyenda, en traducción apenas usada). El libro supuso la plena confirmación del poeta ya admirado desde 1931 por la sencillez lírica de Vuelta (Strofí significa igualmente «estrofa»). Sin dejar nunca de lado un tono lírico inconfundible, tildado en sus inicios con el membrete bien conocido en la literatura española de «poesía pura», incorporaba Seferis en aquel nuevo poemario la atmósfera de travesías legendarias pero adivinando bajo la resplandeciente superficie de la tradición cultural del Egeo los restos de un cuerpo torturado y agotado, el del pueblo griego. Quiso acercarse al presente como volumen del pasado y a éste como vivencia alejada de ganga arqueológica. Pero decidió conceder a Constantinos Cavafis, el alejandrino, el honor de alcanzar, incluso por encima de su admirado Eliot, la visión del pasado como prisma a través del que contemplar las delicias y vilezas de los días presentes.

Sin embargo, tal vez poemas de Cavafis como «Esperando a los bárbaros», «Manuel Komneno» o «Emiliano Monae» resulten más escenográficos para el lector actual. Seferis no querrá renunciar a dos constantes de la poesía griega: el paisaje, especialmente insular, y el legado clásico; pero se muestra más renuente que el maestro al uso de interiores y a la inclusión de objetos; tanto como a la fijación de coordenadas espacio-temporales, que el alejandrino inserta con frecuencia en los títulos. La poesía de Seferis no se entiende sin la polifonía de discursos y tradiciones, pero no cede a la plasticidad discursiva del poeta alejandrino, más flexible y desenvuelto, tan dispuesto a la solemnidad como a la ironía, más poroso a la incursión de voces y al dialogismo teatral. Si en la obra de Cavafis se siguen breves hilos narrativos hasta un pliegue último de tono moral, en la poesía seferiana predomina la composición en láminas, casi lascas de su estado emocional, que amalgaman reflejos biográficos y míticos, pulsiones psíquicas y reflexiones socio-políticas: es un espacio calculadamente compuesto por acumulación. Al fondo de todo ello, el Eliot anterior a los Cuartetos, si bien rebajada la violencia compositiva de La tierra baldía. Y en primer plano, sus hombres huecos: «No tenemos ríos no tenemos pozos no tenemos fuentes, / tan sólo unas cisternas retumbantes, vacías también ellas». Seres abstraídos los que caminan por los versos de Mithistórima, los que agotados o cercanos a la alucinación se sientan sobre sus poemas a mirar el crepúsculo «donde vemos iluminarse / […] cuerpos que ya no saben cómo amar», entre enigmáticas «sonrisas, inmóviles, de estatuas».



Lamentablemente, no resulta fácil hacerse con la poesía de Seferis, pues predominan las ediciones agotadas. A continuación se citan las ediciones destacadas de y sobre su obra en el ámbito principalmente español. Sirva la cita no sólo a título informativo sino como homenaje de Las razones del aviador a los traductores que con su dedicación nos han permitido acceder a la literatura griega clásica y contemporánea.


Poesía completa, Madrid, Alianza, 1986 (2ª ed. 1989); trad. Pedro Bádenas de la Peña.
Antología poética, Madrid, Visor, 1989; trad. Pedro Ignacio Vicuña.
Mithistórima y otros poemas, Barcelona, Orbis, 1983; trad. José Alsina y otros.
Yorgos Seferis, (Antología y estudio), Madrid, Júcar, 1988; trad. y ed. J. A. Moreno Jurado.
Tres poemas secretos, Madrid, Abada, 2009; trad. Taller de Traducción Literaria; intr. Andrés Sánchez Robayna.
Cuaderno de estudios y otros poemas, Madrid, Torre de Goyanes, 2008; trad. Luis Blanco Vila.
El zorzal y otros poemas, Buenos Aires, Losada, 1966; trad. Lysandro Galtier.
Diálogo sobre la poesía y otros ensayos, Madrid, Júcar, 1989; trad. J. A. Moreno Jurado.
Días, 1925-1968 (diario), Madrid, Alianza, 1997; trad. Vicente Fernández González.
Seis noches en la Acrópolis (novela), Madrid, Mondadori, 1991; trad. V. Fernández González. (Premio Nacional de Traducción)
El estilo griego, 3 vols.: I: K. P. Kaváfis, T. S. Eliot; II: El sentimiento de eternidad; y III: Todo está lleno de dioses, México DF, Fondo de Cultura Económica, 1994-1999; trad. Selma Ancira.

*

Isabel García Gálvez (ed.), Giorgos Seferis. 100 años de su nacimiento (Actas del VIII Encuentro sobre Grecia, Granda, 1-3 diciembre, 2000), Centro de estudios bizantinos, neogriegos y chipriotas, 2002.
Manuel Briceño Jáuregui, La angustia poética de Seferis, Caracas, Ministerio de Educación, 1971.
Pedro Bádenas de la Peña, «Consideraciones sobre el ciclo chipiotra en la poesía de Yorgos Seferis», Erytheia. Revista de estudios bizantinos y neogriegos, 10 (1989), pp. 355-70. (Disponible en Dialnet).
___, «Eliot en Seferis. Influencia y creatividad», Erytheia, 14 (1993), pp. 111-24. (Disponible en Dialnet).
___ , «El cristianismo y Bizancio en la obra de Seferis», Erytheia, 21 (2000), pp. 281-94. (Disponible en Dialnet).


Si la obra poética de Seferis no goza de la renovación editorial necesaria, sus versos han tenido mejor suerte con los traductores. Aquí acudimos al talento de Ramón Irigoyen, quien tradujo buena parte de Mithistórima y otros poemas (ed. cit.).


Tres poemas

X

Nuestro país está cerrado, todo montes
que día y noche tienen como techo el cielo bajo.
No tenemos ríos no tenemos pozos no tenemos fuentes,
tan sólo unas cisternas retumbantes, vacías también
                                               ellas, que tanto veneramos.
Un sonido sordo y estancado, idéntico a nuestra soledad,
idéntico a nuestro amor,
idéntico a nuestros cuerpos.
Y nos parece extraño que hayamos podido construir en tiempos
las casas las cabañas los apriscos.
Y nuestras bodas con sus coronas frescas y alianzas
se vuelven enigmas insolubles para el alma.
¿Cómo nacieron y crecieron nuestros hijos?

Nuestro país está cerrado. Lo cierran
las dos negras Simplegades. El domingo
en los puertos cuando bajamos a tomar el aire
vemos iluminarse en el crepúsculo
leños rotos de viajes que aún no terminaron
cuerpos que ya no saben cómo amar.


XX

En mi pecho se vuelve a abrir la herida
cuando declinan las estrellas y entroncan con mi cuerpo
cuando bajo los pasos de los hombres cae silencio.

Estas piedras que naufragan en los años, ¿hasta dónde van a arrastrarme?
El mar, el mar, ¿quién podrá agotarlo?
Cada alba veo las manos que hacen señales al buitre y al halcón
atadas a esa roca que el dolor ha hecho mía,
veo los árboles que respiran la calma negra de los muertos
y después sonrisas, inmóviles, de estatuas.


XXII

Ya que ante nuestros ojos tantas y tantas cosas desfilaron
que nuestros ojos nada vieron, sino que más lejos
y detrás la memoria como una tela blanca cierta noche
en un recinto en que vimos imágenes extrañas, más extrañas que tú, pasar
y perderse en la fronda inmóvil de un lentisco;

ya que hemos conocido tan bien nuestro destino
errando entre las piedras rotas –tres o seis mil años–
excavando en edificios derrumbados que quizá habían sido nuestras casas
tratando de recordar fechas y hazañas:
¿podremos?

Ya que fuimos atados y fuimos dispersados
y ya que hemos luchado con asperezas por lo que se decía inexistentes,
perdidos, y encontrando de nuevo un camino lleno de batallones ciegos
hundiéndonos en los pantanos y en el lago de Maratón,
¿podremos morir normalmente?




Traducción de Ramón Irigoyen